El brote emocional y su gestión
Esta emoción que me hace temblar, que me sacude y abrasa, me ciega, me enmudece y me envalentona. Esta emoción, como volcán en erupción, como avalancha arrolladora, como tormenta perturbadora. En ocasiones, un grito ensordecedor estalla en mi, en esta habitación cerrada con llave, que sólo yo escucho. A veces, ese grito rompe los cristales de la ventana, y en su expansión, todo lo sacude y arrasa.
La emoción es una respuesta física a un estímulo determinado, que nos ha ayudado a sobrevivir. Sin emociones, el león nos habría devorado. Sin emociones, hoy día, no nos moveríamos; estaríamos muertos en vida.
Las señales de alarma saltan cuando de repente vemos un coche acercarse a toda velocidad. El cuerpo se prepara para huir: el corazón late con fuerza para bombear sangre rápidamente hacia las extremidades y escapar, las pupilas se dilatan para estar alerta y acaparar más visión del entorno, la respiración agitada trata de abastecer a las células en su demanda de oxígeno. El sistema nervioso simpático comienza la puesta a punto del organismo para que disponga de todos sus recursos al máximo potencial. Así, hemos podido apartarnos a tiempo antes de que el coche nos arrollara. El problema es cuando estos síntomas se mantienen en el tiempo, en una predominancia de simpaticotonía, sin amenaza aparente u objetiva, y mantenemos un estado de alerta y ansiedad constantes. Sobreviene la incapacidad de concentración, el nulo apetito sexual, la falta de hambre, insomnio,... En este caso, la emoción ha tomado el timón del barco, y se instala en el cuerpo en forma de alarma. Aquí nos encontramos ante un episodio de estrés agudo. Llegados a este punto, el apoyo de un médico, psicólogo o psiquiatra nos puede ser de gran ayuda, con el complemento de algo que ayude a rescatar la templanza, como yoga, mindfulness, taichi, reiki... Aunque lo propio sería prevenir este estado con ejercicios que ayuden a descargar tensión muscular, como estiramientos conscientes, y practicar meditación a diario.
Asimismo, episodios de estrés asociados a una emoción latente son inevitables, e incluso necesarios en ocasiones. Nuestro cerebro más primitivo se encarga de lanzar las descargas eléctricas y químicas necesarias para poder responder (miedo-ira). De ahí que utilizar el término "control" emocional se torne un tanto excesivo ante una emoción que, previa a cualquier intento de control, ya ha descargado la norepinefrina que nos hiperactiva. Podríamos hablar quizás de "gestión", de saber guiar el timón de manera consciente. Cabría preguntarse: ¿Qué hago yo ahora con esto? ¿Cómo me puede ayudar esta energía desbordante (y en muchas ocasiones desagradable desde la visión ortodoxa)? Y ahí, la capa superior frontal del cerebro, en el neocortex, juega un papel decisivo. Por supuesto, esto se plantea ahora, en un momento tranquilo y libre de presión; la emoción es cuestión de milésimas de segundo, y ahí está la complejidad del asunto. Pero nada insalvable si se entrena la cualidad de sentir conscientemente el cuerpo.
¿Y cómo sé que tengo capacidad para gestionar mis emociones? Se podría decir que capacidad tenemos la inmensa mayoría. Solamente hay que saber desarrollarla. La meditación es una de las formas, ya que al practicarla estaremos potenciando el área prefrontal izquierda del cerebro, asociada a la capacidad de modular la respuesta emocional.
A nivel práctico, se podría hablar de una correcta gestión emocional cuando:
La emoción es una respuesta física a un estímulo determinado, que nos ha ayudado a sobrevivir. Sin emociones, el león nos habría devorado. Sin emociones, hoy día, no nos moveríamos; estaríamos muertos en vida.
Las señales de alarma saltan cuando de repente vemos un coche acercarse a toda velocidad. El cuerpo se prepara para huir: el corazón late con fuerza para bombear sangre rápidamente hacia las extremidades y escapar, las pupilas se dilatan para estar alerta y acaparar más visión del entorno, la respiración agitada trata de abastecer a las células en su demanda de oxígeno. El sistema nervioso simpático comienza la puesta a punto del organismo para que disponga de todos sus recursos al máximo potencial. Así, hemos podido apartarnos a tiempo antes de que el coche nos arrollara. El problema es cuando estos síntomas se mantienen en el tiempo, en una predominancia de simpaticotonía, sin amenaza aparente u objetiva, y mantenemos un estado de alerta y ansiedad constantes. Sobreviene la incapacidad de concentración, el nulo apetito sexual, la falta de hambre, insomnio,... En este caso, la emoción ha tomado el timón del barco, y se instala en el cuerpo en forma de alarma. Aquí nos encontramos ante un episodio de estrés agudo. Llegados a este punto, el apoyo de un médico, psicólogo o psiquiatra nos puede ser de gran ayuda, con el complemento de algo que ayude a rescatar la templanza, como yoga, mindfulness, taichi, reiki... Aunque lo propio sería prevenir este estado con ejercicios que ayuden a descargar tensión muscular, como estiramientos conscientes, y practicar meditación a diario.
Asimismo, episodios de estrés asociados a una emoción latente son inevitables, e incluso necesarios en ocasiones. Nuestro cerebro más primitivo se encarga de lanzar las descargas eléctricas y químicas necesarias para poder responder (miedo-ira). De ahí que utilizar el término "control" emocional se torne un tanto excesivo ante una emoción que, previa a cualquier intento de control, ya ha descargado la norepinefrina que nos hiperactiva. Podríamos hablar quizás de "gestión", de saber guiar el timón de manera consciente. Cabría preguntarse: ¿Qué hago yo ahora con esto? ¿Cómo me puede ayudar esta energía desbordante (y en muchas ocasiones desagradable desde la visión ortodoxa)? Y ahí, la capa superior frontal del cerebro, en el neocortex, juega un papel decisivo. Por supuesto, esto se plantea ahora, en un momento tranquilo y libre de presión; la emoción es cuestión de milésimas de segundo, y ahí está la complejidad del asunto. Pero nada insalvable si se entrena la cualidad de sentir conscientemente el cuerpo.
¿Y cómo sé que tengo capacidad para gestionar mis emociones? Se podría decir que capacidad tenemos la inmensa mayoría. Solamente hay que saber desarrollarla. La meditación es una de las formas, ya que al practicarla estaremos potenciando el área prefrontal izquierda del cerebro, asociada a la capacidad de modular la respuesta emocional.
A nivel práctico, se podría hablar de una correcta gestión emocional cuando:
- Soy capaz de observar mi estado físico en el momento del brote emocional, y podría describirlo con claridad posteriormente.
- Puedo ser consciente de mis pensamientos, y de cómo estos configuran una "realidad" con el tinte de la emoción.
- Puedo relativizar, discernir, y darme cuenta de mi papel protagonista en el contexto de la situación sensible. Dejo de culpabilizar directamente al otro para expresarme desde mi sentimiento personal. Hay una gran diferencia en decir: "eres una persona dañina" a "me siento herido por ti". Este es uno de los puntos que más controversia puede crear, ya que estamos muy acostumbrados en sociedad a enfocar la mirada en "lo otro" y no en "lo que yo percibo de lo otro". Por supuesto, aquí no se está declarando la rendición absoluta ante toda situación; cada una actuará con la determinación que la circunstancia lo requiera. Pero es importante hacerse responsable de la situación y coger las riendas sabiendo el papel protagonista de cada una al dibujar la realidad.
- Dejar de rumiar. Darle vueltas al conflicto una y otra vez no lo soluciona. Si tenemos una mente entrenada en la meditación, nos será más fácil no arrepentirnos de nuestras acciones, y regresar con nuestra atención a la respiración, pudiendo restablecer así la calma y abrir perspectiva ante el problema.
- Dialogar con asertividad ante las personas involucradas. Un diálogo sereno y con actitud abierta y de entendimiento después del brote es un signo de una estupenda salud emocional. Aún así, a veces no se puede llegar a ningún acuerdo ni desenlace pacífico; también hay que dejar espacio al distanciamiento cuando sea necesario. Ya habrán puntos de encuentro más adelante si resulta conveniente.
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