La danza de la vida

Una vez que somos conscientes de que el cambio prevalece, que somos una gota de agua en el océano que cada segundo se mueve y se transforma a merced de las corrientes y el oleaje, podemos igualmente asumirlo. Asumir el cambio supone no apegarse a aquellas cosas con las que la vida se hace más llevadera. Entender tanto una cosa como la otra, la alegría como la tristeza, el odio como el amor, la vida como la muerte, suponen una misma esencia.



Es entonces cuando uno puede permanecer como testigo de todo aquello que sucede, observar el cuerpo y bailar con la vida. Para danzar hay que ser agua, que se adapta a la forma del recipiente que la contiene. Para danzar hay que aprovechar cada momento porque no hubieron tiempos mejores que éste. Y en esa danza puede surgir la improvisación, el instinto, la chispa que se enciende en cada emoción, en cada suspiro, en cada desgarro.


Cuando danzas con la vida ya no hay sujeto que danza, sino que sólo está la danza en si misma.

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