Yo y mis cosas
Creemos lo que queremos creer. Escuchamos lo que queremos escuchar. Cuando hay algo que se sale de nuestros férreos cimientos de personalidad, forjados a lo largo de la vida, nos cerramos de lleno a ello. Simplemente rechazamos esa idea, concepto, filosofía o creencia dejando de escuchar, resistiéndonos. El cuerpo se agarrota y el corazón de agita, sintiendo que hieren nuestra verdad.
Vivimos anclados a un conjunto de hechos que dieron forma a nuestro ego. El pasado está en el presente, impregnado en cada célula. Tintamos así la realidad a nuestro antojo. ¿Quién tiene razón después de todo? ¿No son mis creencias, sean políticas, religiosas o vitales, limitantes? Convendría preguntarse además si esas creencias son favorables, beneficiosas para los demás y para mi mismo. Con frecuencia chocamos con realidades opuestas a nuestras doctrinas. Discutimos vívidamente tratando de imponer nuestra realidad. No nos quedaremos tranquilos hasta que el último ser viviente piense y haga lo que consideramos que debería pensar y hacer. ¿Nos sentiríamos realmente satisfechos si de repente, ahora mismo, el mundo fuese como pensamos que debería ser? ¿Acaso se encuentra ahí la verdadera satisfacción? Quizás luchemos entonces en una cruzada fatigante e imposible.
Si nos paráramos a escuchar al otro, quizás nos daríamos cuenta de que hay algo del otro en uno. Porque dentro de un ser humano existe la complejidad del ser humano en su totalidad. Si nos detuviéramos a atender las necesidades del otro, a sus demandas, quizás se podría llegar a una solución común. O no, pero por lo menos el otro se sentirá escuchado. Y a veces, vale más una escucha silenciosa que cientos de palabras enfrentadas que no llegan a ningún puerto. Esto no implica doblegar los propios principios, sino llegar a un entendimiento profundo del otro comprendiendo la multiplicidad de perspectivas. Porque hay tantos mundos en esta tierra como seres humanos.
Y en cambio, salvando estas superficialidades, estamos más unidos de lo que pensamos.......
Vivimos anclados a un conjunto de hechos que dieron forma a nuestro ego. El pasado está en el presente, impregnado en cada célula. Tintamos así la realidad a nuestro antojo. ¿Quién tiene razón después de todo? ¿No son mis creencias, sean políticas, religiosas o vitales, limitantes? Convendría preguntarse además si esas creencias son favorables, beneficiosas para los demás y para mi mismo. Con frecuencia chocamos con realidades opuestas a nuestras doctrinas. Discutimos vívidamente tratando de imponer nuestra realidad. No nos quedaremos tranquilos hasta que el último ser viviente piense y haga lo que consideramos que debería pensar y hacer. ¿Nos sentiríamos realmente satisfechos si de repente, ahora mismo, el mundo fuese como pensamos que debería ser? ¿Acaso se encuentra ahí la verdadera satisfacción? Quizás luchemos entonces en una cruzada fatigante e imposible.
Si nos paráramos a escuchar al otro, quizás nos daríamos cuenta de que hay algo del otro en uno. Porque dentro de un ser humano existe la complejidad del ser humano en su totalidad. Si nos detuviéramos a atender las necesidades del otro, a sus demandas, quizás se podría llegar a una solución común. O no, pero por lo menos el otro se sentirá escuchado. Y a veces, vale más una escucha silenciosa que cientos de palabras enfrentadas que no llegan a ningún puerto. Esto no implica doblegar los propios principios, sino llegar a un entendimiento profundo del otro comprendiendo la multiplicidad de perspectivas. Porque hay tantos mundos en esta tierra como seres humanos.
Y en cambio, salvando estas superficialidades, estamos más unidos de lo que pensamos.......
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