El miedo a morir

En el gesto del último aliento subyace el desasosiego enorme de la incertidumbre. Allá donde todo desaparece, donde ya no queda nada, se caen las creencias, los principios, la memoria, lo que se creía como verdad. Únicamente el silencio absoluto. Es al final de la espiración cuando surge el temido encuentro con lo que hemos venido huyendo durante siglos como seres humanos. El miedo a expirar, a dejar de existir, de bruces con lo desconocido, la nada. ¿Qué queda cuando no hay nada?


Ese intenso miedo es el origen de todos los miedos. Ubicado en la base de la columna, ese pavor invade el cuerpo e invita a coger aire, resistiéndonos ante lo inevitable, aferrándonos a la vida antes de dejarnos invadir por el agobio del derrumbe.

Ahí, en esa base de la columna, coexisten los miedos asociados a la supervivencia. Me defenderé con uñas y dientes antes de morir yo, mi persona definida, mi historia personal. Aniquilaré cualquier cosa antes de enfrentarme a esta existencial amenaza.






"No temáis, yo vencí al mundo"
 San Juan 16, 33

Detrás de estas palabras de Jesús, según mi propia interpretación, se encuentra la paz profunda e infinita de quien ha vencido a la muerte, quien ha entendido en su acceso a lo insondable, el misterioso secreto. Un enfrentamiento cara a cara con lo irremediable.

Nacimiento y muerte son procesos que se suceden constantemente en este camino consciente. Entender que la muerte es un cambio conlleva mucho camino de aprendizaje. Y, en definitiva, se trata de dejarse llevar, en un estado de confianza plena, rindiéndose ante lo que es. Es hora de destapar el tabú marcado durante tanto tiempo, e integrar la muerte también en vida, entendiéndolo como un proceso cíclico, de cambio constante.

Y, al final, un regusto de calma absoluta que todo lo envuelve.











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