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Sentirse mal para tener buen aspecto
Vivimos en una época en que existe una obsesión extrema por parecer esbeltos, en forma y, lo más importante, jóvenes. Esta obsesión es creada artificialmente por industrias dispuestas a sacar provecho de nuestras inseguridades cultivadas. Nos bombardean con propaganda de la belleza del cuerpo (la mayoría de las modelos más delgadas que el 95% de la población femenina), y llegamos a creer que lo que vemos es normal, y que nosotras, en comparación, estamos muy lejos de esos criterios. En realidad, casi todas las imágenes que aparecen en las revistas para mujeres han sufrido retoques o modificaciones, por lo que en la actualidad no tenemos ninguna idea respecto del aspecto de una mujer de cuarenta años normal, porque las modelos se han arreglado la nariz, esmaltado la dentadura, realzado el rostro con colágeno y retocado con aerógrafo para tener el aspecto de una princesa de treinta años. Los hombres también están empezando a sentir la presión de las imágenes publicitarias: el estómago de tabla de lavar es ahora el centro principal del hombre de músculos "duros". Los muchachos están casi a la par de las chicas en cuanto a seguir dietas innecesarias, y la cirugía cosmética para hombres está convirtiéndose en algo común. Como resultado de ello se registran unos ingresos de 33 mil millones de dólares anuales en la industria dietética y de 20 mil millones de dólares en la industria cosmética, mientras se desarrolla una floreciente industria de cirugía cosmética con unos ingresos de 300 millones de dólares (estimados).
El adoctrinamiento comienza a una edad temprana. En un estudio realizado en San Francisco con 494 escolares de clase media, el 81% de las niñas de diez años ya seguía dietas. Hacia la época en que las niñas dejan la escuela secundaria, más del 75% se siente muy descontenta con el peso y la forma de su cuerpo, aunque muy pocas están realmente excedidas de kilos.
Existe infinidad de estadísticas que ilustran acerca del alcance y la repercusión económica de esta alucinación masiva, pero raramente se refieren a cómo nos sentimos como consecuencia de ello. Sin embargo, en estas cifras se halla implícita la innegable verdad de que estamos dispuestas a sentirnos mal para tener un buen aspecto. Estamos dispuestas a caminar en un estado de semiasfixia, apretándonos el vientre con cinturones, cremalleras y ropas dos tallas menores a las que nos corresponde a fin de aparentar que somos jóvenes y estamos en forma. Hace poco trabajé con una mujer que sufría de serios ataques de pánico. La mujer descubrió que podía evitar y aliviar los síntomas de sus ataques mediante la respiración abdominal plena, pero no asumía la idea de usar ropas que se la permitiesen porque, según sus palabras, no estaba "en armonía con su imagen pública". Prefería seguir con la medicación debilitante y adictiva en lugar de permitirse respirar. No es necesario sentirse mal para tener buen aspecto. No obstante, quizá debamos cambiar nuestra definición de lo que significa "tener buen aspecto".
Si desea tener un cuerpo que respire, un cuerpo rebosante de energía y vitalidad auténticas, será necesario que se reinvente con su propia definición de belleza. Siempre me produce asombro comprobar lo estupendos que se ven los hombres y las mujeres cuando están cómodos en sus cuerpos, con independencia de su forma o tamaño, y cómo hasta las personas que más se ajustan a los cánones clásicos de belleza parecen carentes de atractivos cuando constriñen sus cuerpos (o sienten aversión por ellos). Cuando permita a su cuerpo respirar libremente, irradiará un aire de seguridad y serenidad que hará que su belleza verdadera -lo que usted es- pueda resplandecer. Lo que le hace sentir bien también puede hacerle tener buen aspecto.
Extracto de El gran libro de la respiración, de Donna Farhi (1996).
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